La libertad es tan libre que no se deja ni
escribir.
Justo cuando estás a punto de ensartarla
con el lápiz te enseña la lengua y se tira por el balcón. Vaya. ¿De verdad
tengo que salir a buscarla otra vez?
Pues claro que he probado poniendo carteles
y preguntando a la gente del barrio, pero es tan escurridiza que puede estar
haciéndote trencitas en el pelo sin que te des cuenta.
Sé cuáles son sus sitios favoritos y sé que
siempre deja ese olor suyo a sal y aeropuertos. Así que con esas dos pistas
recorro acantilados, paradas de autobuses y llego al río. Allí reboto tres
piedras y la última da cinco saltos. Pienso que ojalá encuentre pronto a mi
Wendy, para que me la cosa a la suela de los zapatos y pueda dejar de (no)
llorar. Entonces me encuentro con el saxofonista (sí, ese que siempre toca la
pantera rosa y saber ver niños dentro de adultos). Y resulta que allí está, bailando alrededor suya y riéndose. Quiero acompañarla y decirle que no
puedo vivir sin ella. Pero claro, suena el reloj. Cómo no. Da diez campanadas,
y a la octava ya ha salido corriendo despavorida. A la décima yo sigo allí,
todavía sintiendo su olor y dejando que su ausencia me llene. No quiero abrir
los ojos. El saxofonista recoge sus cosas, él también se ha dado cuenta de que
ha perdido a su espectador más importante.
Entonces me quedo completamente sola y esa
noche la paso en un banco. Ya no espero que venga a despertarme ni que me hable
sobre estrellas. Las dos siguientes lunas duermo en camas distintas. Sé que
no soporta cuando me pongo así y que no va a buscarme.
El tercer día lloro y nadie me pregunta por
qué.
Pero el sexto me despierto y escucho a una
pareja de vencejos primerizos construyendo su nido en mi ventana. Pero no, no
es eso lo que me ha hecho salir de mi ensueño interminable, Hay alguien
haciéndome cosquillas en la nariz, y cuando abro los ojos allí está ella, tan
brillante como siempre. Le digo que la he echado de menos, que no vuelva a
dejarme sola. Me mira con esa media sonrisa que haría a cualquiera saltar desde
un quinto piso y me hace señas hacia la esquina donde está mi maleta roja.
Entonces me tiende la mano…
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